Hoy al ir regresando de la Uni a mi casa en autobús, me topé con una situación muy común en México: El bus va lleno y se comienzan a subir más personas. Dos chavas (una de ellas con complexión de palo, que es de la que hablaré más adelante) se quedan de pie a lado de mi asiento.
A pesar de haber aprendido que acá en Japón no es común cederle el asiento a casi nadie no podía quedarme sin hacer nada; la chava literalmente no podía sostenerse cada que frenaba el autobús. Aún cuando se aferraba a las agarraderas, se tenía que ayudar de la amiga para no caerse. En la siguiente parada, que no se subió nadie, aproveché para ponerme de pie y decirle que podía tomar mi asiento...
Se negó.
- Quizás no me entendió bien- me dije a mi mismo. Así que lo repetí lo más claramente posible y señalando el asiento. Me dijo que no, gracias y me
pidió disculpas... Este ha sido uno de los momentos más desconcertantes que he tenido. Independientemente de ser mujer o no, si no puedes agarrarte bien en un autobús y alguien te cede el asiento.. lo tomas ¿No?
-Pues bueno- pensé -No quiero causar un disturbio aquí en el bus y menos en un idioma que no domino-. Me volví a sentar. Pero ¡Oh destino que juegas conmigo! En la
siguiente parada se sube una señora de edad mayor, que se veía que tenía problemas para caminar. -No... esta vez sí, le guste o no le guste, le voy a dar mi asiento- pensé. Estuve tratando de convencer a la señora con el autobús en movimiento. No estoy seguro de qué me respondía, pero opté finalmente por alejarme del asiento, ya sin decir otra palabra.
Gracias a Dios la señora se sentó y me sentí un poco mejor conmigo mismo. Tal vez armé un alboroto en el autobús, pero fue por una buena causa. Ah benditos choques culturales.. que buenas historias sacan..