Fue malísima idea pensar que podía derrotar caminando al camión que me lleva a la universidad. Pero bueno, uno que no está acostumbrado a que los camiones pasen en un horario determinado, prefiere emprender viaje a pie en vez de esperar 20 minutos a que llegue a la parada.
Gracias a mi actitud rebelde, tuve la oportunidad de pasearme por las calles de Japón. Una maravilla. No hay ni un rastro de basura y todas las banquetas están adaptadas para que pasen bicicletas y gente que sufre de algún tipo de ceguera (en este momento no tengo fotos, pero prometo subir una después). Los famosos sakuras japoneses comienzan a florecer. El olor repugnante de una empacadora de pescado. Todo siendo parte de esta nueva cultura a la que estoy expuesto diariamente.
Me hubiera gustado tener más tiempo para admirar todo, pero cuando uno ya está llegando tarde y todavía le falta subir varias colinas para llegar a la escuela, no presta mucha atención.
Ah, pero que buen ejercicio me aventé, de ida y de regreso. Ahora me retiro a comer mi plato de cereal, y debo decir, nunca me ha sabido mejor.
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